Hoy me he rapado al cero.
Por muchas razones, demasiadas. Esta mañana tenía una melena digna del Valhalla, y ahora podría protagonizar la nueva adaptación de Avatar: The Last Airbender. Seguro que lo haría mejor que en la versión de Shyamalan.
Una de las razones por las que me haya dejado al cero es, precisamente, para sentirme en cero.
Nuestra mente asocia acontecimientos importantes de nuestra vida por cómo nos vemos al mirarnos en el espejo: una persona concreta, con un estilo de cabello (o bello facial) concreto. Esta imagen queda vinculada a la memoria de todo aquello bueno y malo que vivamos, y por lo tanto volvernos a mirar al espejo nos hará añorar, sonreír o llorar.
Por desgracia este hecho se aprecia más cuando vivimos momentos más duros. Es lo que hay. Pero lo que también hay es que un buen corte de pelo que se lleve de tu lado aquella pelambrera que te acompañó durante ese mal trago te ayudará a superarlo.
No es que haya decidido volverme un huevo por superar un mal trago, sino más bien para hacer un punto y aparte en mi vida.
El pasado año y medio ha sido de locos: he pasado de subir vídeos a YouTube a formar parte de una familia de cine. El nacimiento de la productora VisionFES ha supuesto el cambio más grande jamás acontecido en mi vida, ya que en cuestión de meses todas mis relaciones han cambiado. Con todo el mundo. Y eso a veces es triste.
Todas las cosas buenas en la vida van acompañadas de algunas malas… pero como decía el maestro Kenobi “todo depende de cierto punto de vista”.
Todos y cada uno de nosotros vivimos la vida que aceptamos vivir. Pero ojo, aceptar no significa conformarse. Aceptar significa apreciar todo aquello que la conforma y vivir en pos de una felicidad más plena – ya que esa es la verdadera dicha, la búsqueda de la felicidad.
Dedicar la vida al trabajo es duro. Sobre todo cuando te das cuenta de que dejas de lado todo y a todos aquellos a los que quieres, casi porque te ves obligado a escoger. Sin embargo, José A., un buen amigo y mentor, me tomó un día y me dijo: “no te das cuenta, pero mientras andas preocupado porque no puedes ver aquellos que quieres, esa gente está feliz por ver que consigues todo lo que te propones”.
Y es verdad. Pero este es un cuento que nos podemos aplicar a todos. Otra forma de tratar esta reflexión podría ser a través de una frase que usaba una buena amiga en su estado de Messenger (qué tiempos aquellos): si lloras por haber perdido el sol, las lágrimas no te dejarán ver las estrellas.
Porque si nos lamentamos y ofuscamos por las nimiedades y problemas que nos traiga el día a día, jamás podremos apreciar nuestro esfuerzo ni aquello que nos rodea. Es muy, muy importante apreciar todo lo que tienes y lo que haces. Si eres feliz contigo mismo, y te aprecias y aprecias tu vida sobre todo lo demás, no habrá nada ni nadie que te pueda hacer daño.
El caso es que – y pronto acabo – para poder quererte necesitas darte un capricho de vez en cuando. Arriesgarte (aceptando las consecuencias, claro). Probar y experimentar. Raparte al cero.
¿Y de qué me ha servido? Pues aparte de para sentirme realizado, feliz y orgulloso de mí mismo, y de tener la oportunidad de poder disfrazarme este carnaval del Doctor Maligno, o el Doctor Manhattan, o del Profesor X, o de Don Limpio, he redescubierto lo importante y la suerte que tengo de estar vivo y vivir esta vida porque –
bajo aquella capa de pelo, oculta durante veintiún años, ha aparecido una cicatriz en forma de patata. La cicatriz de la máquina que me mantuvo vivo nada más nacer. La cicatriz que demuestra que se puede superar todo en esta vida.
Harry tiene su rayo. Yo tengo mi patata.
Sergi
Great shaare
Me gustaMe gusta