Llevo escribiendo esta serie de entradas tituladas Camino Sitges desde enero de 2016. Han pasado ya más de cinco años desde que me propuse estrenar en el Festival y no hay manera… No obstante, es todo mucho mejor.
Desde 2014 he pasado por el Sitges – Festival Internacional de Cinema Fantàstic de Catalunya como espectador, estudiante, becario, talent y, durante esta pasada quincuagésima-cuarta edición, staff como miembro del departamento de Comunicación y Prensa. La experiencia de volver a formar parte de la organización del Festival, esta vez a tiempo completo, es difícil de transcribir. Los madrugones, los fuegos, el cansancio y el estrés son parte de una amalgama de sentimientos adversos a lo que realmente alimenta la locomotora durante la quincena que dura el Festival: el compañerismo, el amor, el talento y la pasión.
Este pasado julio, tras un año balanceándome entre la docencia y el mundo del videoclip (¡válgame el cielo!), y mientras miraba de sacar hacia delante los proyectos que la pandemia mundial de la que aún resurgimos había trastocado, decidí lanzarme a la piscina. Mi tiempo como profesor y coordinador en Covent Garden, pese a otorgarme estabilidad emocional y económica, hacía que me sintiera atascado a nivel profesional dentro del audiovisual. Decidí, pues, marchar con lo puesto esperando que todo iría a mejor.
Y, ciertamente, aunque los dos siguientes meses fueron, digamos, difíciles de sobrellevar, Sitges cayó del cielo. Otra vez.
¿Qué tiene este lugar, este Festival y su gente, que en los momentos de más desesperación de mi vida han estado allí? Tres veces durante los últimos cuatro años me ha llamado (¡literalmente!) cuando más lo necesitaba. Es normal, claro está, o yo al menos así lo entiendo, que tal y como me ha devuelto la vida yo mire de dar mi vida por él. De no ser porque como (espero) cualquier artista que se precie estoy con el agua al cuello económicamente, decidiendo qué día como, cuál ceno, y cuál nanai, trabajaría allí de forma gratuita.
La vida en el Festival, las personas que conforman el mismo, desde sus organizadores a sus asistentes profesionales y no-profesionales, cinéfilos, cinéfagos y cin-zaber-bien-qué-hacen-ahí, son fantásticas, pun intended. Y lo feliz que me hace haber compartido toda una edición con ellas, bueno. Tenía razón al principio del texto. Es imposible de transcribir.
He vuelto a Barcelona con nuevas amistades y contactos, proyectos plantados que ojalá germinen, y una reavivada pasión por seguir luchando.
El 90% de las historias que nos explican tenían razón: ojo con que lo que quieres no sea lo mismo que necesitas.
Yo quería estrenar como fuera, y lo sigo queriendo.
Lo que no sabía es que antes, y para ello, necesitara una familia.
Sitges no es el cine, son las personas. Y lo que he aprendido de mi nueva familia en el departamento es mucho, y les debo tanto, tanto. Pero tanto.
No puedo esperar a ver cómo el destino, el Festival y su gente me sorprenden el año que viene. Espero también poder hacerlo yo.
Ama et quid vis fac, age si quid agis.Ad astra per amor.
Nos vemos en la siguiente toma, ya en una nueva secuencia parece.
P.S. Este año envié dos proyectos y no escogieron ninguno. Me da que voy a tener que cambiar mi ángulo.
Hace poco me di cuenta de que el momento en el que decidí que quería hacer cine lo hice de manera subconsciente.
Fue alrededor del año 2000, cuando veíamos en familia una y otra vez la encomiable Bowfinger, el pícaro (1999) de Steve Martin y Frank Oz. En la escena final, Bobby Bowfinger (Steve Martin) consigue estrenar la película de ciencia ficción que ha perseguido filmar durante toda una vida. La satisfacción en el rostro de este personaje cuando ve algo que ha creado junto con un equipo de personas a las que ama, y la felicidad que ha traído a toda una platea de cine que se pone en pie para ovacionar su trabajo, es… Bueno. No hace falta que acabe la frase.
A mis doce años tenía una extraña vida social. En el colegio no lo pasaba muy bien al ser un crío muy arraigado a la fantasía de su niñez, aún ya habiendo comenzado el instituto, que prefería leer cómics o jugar a videojuegos antes que conversar de temas «más adultos». Aunque acababa de entrar en un esplai (scouts cristianos catalanes) y estaba empezando a tener más relaciones fuera del colegio diferenciado del Opus Dei al que iba, mi tiempo libre lo seguía dedicando a ver cine y coleccionar figuras de acción de Star Wars.
Como os podéis imaginar, estos hobbies de la mano de una personalidad algo histriónica no me hacían extremadamente popular. Algunos de mis compañeros de clase se reían de mí, otros me ignoraban. Yo tan sólo quería encajar, encontrarme y aportar. Que cambiara la imagen que tenían de mí.
En navidades de 2005 mis padres me regalaron una cámara web de 480p. Hacía menos de un año que había nacido YouTube, Facebook aún no estaba de moda, y la gente subía sus fotografías en FotoLog. Yo quería hacer fotos de mis figuras de acción como si fueran viñetas de cómic, así que tomé a Obi-Wan Kenobi y a Darth Vader y recreé la batalla en Mustafar de La venganza de los Sith (2005) foto a foto.
Qué sorpresa la mía cuando me di cuenta de que cuando pasas dos fotografías del mismo objeto una detrás de la otra, dichos objetos parecen moverse con vida propia. Salí corriendo de la habitación y le dije a mi hermano mayor que, recuerdo, estaba leyendo Berserk en el sofá:
—¡He inventado una nueva manera de hacer cine! —Estaba extremadamente emocionado. Le expliqué lo ocurrido y me contenstó:
—Pero Sergi, eso ya existe. Se llama stop motion y es como se hizo, por ejemplo, Pesadilla antes de Navidad. No lo has inventado tú.
¡Qué decepción! No obstante seguí experimentando, transformando el stop motion en lo que llamé vid motion: al no tener la manera de grabar audio por encima de animación en Windows Movie Maker, grababa mi voz en vídeo con el personaje estático, le hacía moverse mediante fotos y, cuando necesitaba que volviera a hablar, volvía a insertar un vídeo con mi voz.
Un antes y un después para la historia del cine del universo que era mi habitación.
En el instituto se había puesto de moda ser borde con la gente, y yo era blanco fácil. Cada vez que explicaba algo que me emocionaba o que me parecía interesante, habiéndolo leído en algún sitio o aprendido en documentales, corría a explicárselo a mis compañeros más afines. No obstante, empecé a recibir la misma respuesta de todo el mundo:
—Tss, eh, —me detenían en medio del discurso. Seguidamente agitaban levemente la mano como cortando el aire y decían—: que me da igual.
Ante esta nueva moda, como distracción y mecanismo de defensa, estrené mi primera producción el 18 de junio de 2006, hace hoy 15 años.
Pudiendo haber explotado en mi cara, el Chewbacca borde fue todo un éxito entre mis compañeros de clase. Fui el primer youtuber de mi instituto (que yo sepa) y pronto algunas personas empezaron a subir algunos vídeos: chicos que en su momento se habían reído de mí resultaban ser grandes seguidores de La guerra de las galaxias, el cine ochentero como Regreso al futuro, y los videojuegos (que en aquel entonces aún no estaban tan aceptados). La gente no pedía contenido per se, per lo consumía con ganas si se le ofrecía.
A A Chewbacca le da igual le siguieron seis secuelas y un spin-off, una de ellas mi primer videoclip no-oficial para Like Humans Do de David Byrne. En retrospectiva, me da una envidia terrible ver lo creativo y fructífero que era entonces y lo tremendamente mustio que parezco ahora, en comparación, a nivel creativo.
A los doce años experimenté con stop motion, vid-motion, edición con anime music videos que tienen más de 1 millón de reproducciones a día de hoy, animación de stills y viñetas, e insertos de VFX en stop motion.
A los trece años me adentré en la narrativa más compleja (aún con figuras de acción), descubrí la animación como tal (mediante Microsoft Paint y fotograma a fotograma), e integré animación en live action sólo porque «si en Roger Rabbit lo hacen, por qué yo no».
A los catorce años dirigí acción real por primera vez, un cortometraje con gente del instituto para un concurso que se hacía en el mismo (nos dieron el premio accésit porque no era «justo» que compitiéramos con el resto).
A partir de ahí todo fueron sketches con mis amigos del esplai, fan fiction de Doctor Who y videoclips oficiales de artistas reconocidas mundialmente. Diría que todo puede encontrarse entre esta web, YouTube y Vimeo. Incluso me siento tremendamente afortunado de decir que alguien decidió filmar y compartir mi primer momento Bowfinger del 30 de noviembre de 2013, con el estreno de El mundo imperfecto.
Ese día me di cuenta de que lo había conseguido. Me encontré, encajé y aporté. Fue cuando me di cuenta de que lo que más feliz me hace en el mundo es hacer feliz a los demás a través de la narrativa audiovisual.
Ser feliz y hacer feliz a los demás. Ese era y es el objetivo final.
Me alegra tanto como me apena decir que fui autodidacta. Me habría encantado estudiar cine en una escuela y aprender de profesionales de forma directa. Tristemente, la economía no me lo ha permitido, pero me ha brindado la oportunidad de llegar donde estoy por el camino largo, y ha sido extremadamente emocionante. No lo cambiaría por nada del mundo. La gente que me rodea hoy es increíble: no puedo encontrar palabras que les puedan describir y que hagan que os las creáis.
Qué bonita aquella «tarde marzo tan aburrida».
Para celebrar este decimoquinto aniversario, saco a la luz en redes sociales el teaser del que tan orgulloso estoy: El castillo al final del camino. Espero que os despierte tanta curiosidad y emoción verlo como a mí el proyecto entero.
Gracias a todas por acompañarme durante este camino. No sabéis cuánto os quiero y os aprecio, de dos corazones.
Mañana, jueves 10 de octubre, formaré parte de la 5ª Blood Red Carpetde la 52ª Edición del Sitges International Fantastic Film Festival de Cataluña.
Acompañado de mis compañeras de alfombra, las actrices Claudia Trujillo y Mireia Oriol, los actores David Solans y Pol Monen, el director Rudy Riveron, y nuestra madrina la galardonada Goya Toledo, seremos presentados ante los profesionales de la industria y medios de comunicación internacionales durante el certamen.
No puedo estar más agradecido y emocionado.
Hace cinco años pisé el Festival por primera vez, y hace cuatro prometí en este mismo blog que un día estrenaría allí. En 2017 me acredité como estudiante del Máster de cine fantástico y ficción contemporánea, volviendo en 2018 como becario a través de los mismos estudios. Ese mismo año, en la 51ª edición, soñé con estrenar mi cortometraje Villa Offline. Pero no pudo ser.
A cambio, ocurrió algo mejor: me formé como profesional y aprendí, viendo cine y escuchando a directores, productores, guionistas y actores hablar en ruedas de prensa; conocí el verdadero funcionamiento de la distribución cinematográfica y la puesta en circuito por festivales; y pude ver de primera mano cómo se trabaja un dossier y se vende un largometraje.
Conocí a actores y directores, y cineastas de diferentes índoles, algunos de los que ya habréis oído hablar y muchos otros de los que espero que tengáis noticias bien pronto (y las tendréis, creedme). Conocí a muchas, muchas, nuevas amigas y encontré una nueva familia en Sitges, familia que durante doce meses se ha mantenido en contacto conmigo y que un año después me recibe con sonrisas y (a)brazos abiertos.
No estrené y me llevé el primer premio.
Durante todo un año creí que mi lugar en Sitges estaba en su organización, formando parte de este Festival, divulgando cine, arte, cultura. Pero, como comenté el año pasado, tengo entre manos un proyecto, aquel al que llamaba Nasus, ahora titulado El castillo al final del camino.
Tras tres años trabajando el guión, desarrollando el proyecto como trabajo final del Máster (recién acabado), y presentando el teaser a partir de este mes a productoras y equipo interesado, el proyecto comienza a marchar. Tanto el equipo como yo estamos emocionadísimos.
Es cierto, pues, que las historias te hacen viajar. La siguiente parada es mañana, Sitges. ¿A dónde más nos llevará?
Age si quid agis.
Sergi
P.S. Gracias, Alex, por la foto. Aclam siempre está ahí cuando lo necesito.
Desde noviembre de 2015 he compartido en este blog mi camino al Festival de Sitges, mi sueño de estrenar en el Festival de Cine Fantástico y de Terror de Catalunya. Al principio, la idea era presentar un largometraje que se transformó en corto. Después, ese corto que iba a ser se convirtió en otro, y al final el otro se filmó y no dio tiempo a enviarlo. Y ahora estoy en Festival de Sitges, pero no como esperaba.
El año pasado pisé por segunda vez el festival (la primera vez fue para asistir al estreno de Megamuerte (J. Oskura Nájera, 2014), en la que aparecían mis queridos Jordi Armengol y Álex Oliveres), y pude comprobar que allí era donde quería estar. Era alumno del Máster de Cine Fantástico cuyo equipo docente formaba parte de la organización del evento, y saboreé el privilegio todo lo que mis horarios profesionales me permitieron.
Me encontraba en medio de la pos-producción de Villa Offline, de la cual aún os debo entrada, pieza que se rodó con intención de estrenar en el festival el pasado año pero que no llegó a tiempo (ni de lejos). Gracias a asistir a la quincuagésima edición del Sitges IFFFC y estudiar el máster, Villa Offline ha podido editarse y re-editarse, pasando por pases privados y decenas de visualizaciones, mejorando en cada versión. He aprendido mucho este año, me alegro de que el el corto no se enviara entonces, y teniendo en cuenta que la única dirección post-estudios cinematográficos ha sido durante el re-montaje (a lo George Lucas), no ha quedado del todo mal.
Podría ser mejor. Mucho. Pero, eh, nos lo acaban de premiar en Los Angeles. Algo habremos hecho bien.
Tenéis que entender varias cosas, que me son difíciles expresar pero que son fundamentales. Siempre he querido hacer cine. Lo he estudiado durante toda mi vida por mi cuenta, pero esta es la primera vez que puedo estudiar de forma oficial. Lo estoy estudiando en el máster que imparte el festival al que siempre he querido asisitir como director. Por complicaciones personales, el cine se ha convertido en mi único medio y modo de poder expresarme, socializar y avanzar personalmente día a día. Y ahora, de repente, me encuentro en un extraño impasse emocional.
En mayo el corto estaba listo para ser enviado a la 51ª Edición del Festival de Sitges. Y se envió.
En junio me propusieron hacer las prácticas del máster en la 51ª Edición del Festival de Sitges. Y acepté.
A poco menos de dos meses del festival al que siempre he querido llegar, me encuentro dentro de él, ayudando a organizarlo, trabajando codo con codo con personas a las que he admirado durante años. Estoy viviendo el festival desde un ángulo que jamás creí que sería posible, y no os podéis ni imaginar las maravillas que he podido observar de cerca.
«Maravillas» para un necio, supongo. Pero maravillas para mí al fin y al cabo.
No quiero, por prudencia profesional, detallar nada de lo que ocurre en las pequeñas oficinas en las que se trabaja para organizar el festival fantástico, pero sabed que es una labor titánica, de meses y docenas de increíbles personas que trabajan con ahinco y un cariño al cine descomunal. Tengo muchas ganas de vivir esta edición que he ayudado a contruir. Pero también trabajo tenso. Tenso, tenso.
Villa Offlineestá en la parrilla de cortometraje enviados para participar. Y creedme, compite con trabajos más que exquisitos. La tensión de no saber si el corto ha sido escogido estando dentro del festival me causa pesadillas. Literalmente. ¡Qué locura!
Pronto sabremos cómo acaba este pequeño momento de tensión. Sea como sea, el festival ya me ha seleccionado a mí para formar parte de él. Y eso es algo que ningún palmarés podrá superar, ni aunque el mismísimo César me entregara esos laureles.
Por otro lado, el largometraje al que llamamos Nasus[working title] sigue en desarrollo. Lleva unas sesenta páginas de guion y tiene a mucha gente emocionada detrás.
Estoy metido en otros proyectos, pero la verdad es que llevar a Villa Offline por Festivales y el trabajo en el 51º Sitges IFFFC me llevan bastante justo de tiempo (además de empezar ahora un nuevo curso en la escuela Covent Garden – ¡cuarto año ya! -).
No os podéis ni imaginar el lío que tengo en la cabeza con todo esto. ¿Voy muy rápido? ¿Van muy rápidas las cosas? ¿Estoy dando los pasos correctos, tomando las decisiones precisas? Un colega del festival a quien he cogido un gran cariño, una década mayor que yo, me confesaba el otro día lo que hubiera dado por ser yo, ya que he llegado muy rápido donde él querría haber estado a mi edad. Son esa clase de comentarios los que me sacan por las mañanas de la cama con una sonrisa de esperanza y que, a la vez, al cabo de las horas, me hacen pensar si no me estrellaré más rápido al seguir así.
Quizá lo mejor es que no seleccionen aún el cortometraje. Quizá lo mejor es enviar a Festivales sin pretensiones, aunque se rodara para este en específico, y dejar el proyecto fluir. Centrarme a vivir el festival. A acabar de estudiar el máster. A dar clases y escribir.
Durante el pasado año he cursado a través de la Universitat Oberta de Catalunya el primer año del Máster de cine fantástico y ficción contemporánea. Animado por haber recibido ya mi certificado de especialización en guión fantástico en calidad de sobresaliente, dedicaré las próximas entradas del blog a transmitiros lo aprendido acerca del género que más me apasiona.
Estas entradas serán variadas, oscilando entre análisis y reflexiones del género y sus orígenes, y reseñas de diferentes piezas del cine que nos compete.
Añadiré estas entradas aperiódicamente a las categorías de Cine y televisión y Cine | Fantástico o Reseñas según convenga.
Agradezco a mis compañeros y docentes que, estos últimos como guía, pero todos por partes iguales, me han ayudado a indagar en el género narrativo que más me apasiona. Hoy soy mucho más culto gracias a ellos.
La imagen, una ilustración del Mirkwood (Bosque Oscuro) del mundo de Tolkien, artista desconocido. Porque lo abstracto, desconocido y atractivos que me parecen los bosques representan una visión impecable de lo que el género debe transmitir.
Escribo estas palabras desde mi nuevo despacho, en el nuevo piso de Sant Adrià del Besòs, mientras mi compañera busca la manera de arreglar la app de Movistar + en el televisor y así poder ver esta noche La La Land.
No es una manera inusual de empezar esta entrada del blog. De hecho refleja muy bien de qué hablaré: hace dos meses ni siquiera era capaz de plantearme el hecho de estar independizado, con un trabajo estable y en fase de desarrollo (a muy largo plazo) de mi primer largometraje. Lo sé, es mucha información. El caso es que el cambio – ¡oh, única, bendita y maldita constante! – está ahí para quedarse-y-no.
Pero vayamos, como Beppo, peldaño a peldaño. Aquello increíblemente fantástico que me ha llevado a escribir hoy aparecerá más abajo, pasada la fotografía.
Decir que el proyecto Khaerawüdsigue bailando por festivales y ha pasado por las manos de mi profesora de guión fantástico en el Máster, Helena Mas – de quien he recibido una jugosa y animada retroacción. Esperemos que un día llegue a buen puerto. Mucho ha llovido desde que se convirtió y más tarde dejó de ser mi proyecto predilecto. No obstante, como Palpatine de Anakin, espero grandes cosas de él.
El International Callde Teo Jansen se mantiene en fase de post-producción. Allí actué por primera vez desde hace años, tengo muchas ganas de verlo acabado.
Curiosamente, a International Call se le sumó un proyecto de animación, un piloto muy gamberro para una webserie 360VR titulado Nebuloid. Bajo las órdenes del genio-en-vida Pepe Rico, he dado vida a Kalcer, uno de los cuatro tripulantes de una nave espacial a la que le ocurren mil historias. Tengo unas ganas locas de que esto sí llegue a buen espacio-puerto.
Ambos proyectos los he interpretado en inglés y podéis acceder a sus respectivas fichas de IMDB aquíy aquí. Ay, no, perdón. Aquí.
También añadir que esta mañana he acabado de escribir el guión del booktrailer de Memorias de Harleck, de cuyo primer tomo os hablé hace unos años, y cuyo cuarto y último volumen saldrá a la venta este abril. El autor Roger Peruga y yo escribimos, mientras que el autor Pau Sitjar dibuja unas escenas que animarán Júlia Salleres y Helena Sánchez. En cuanto esté listo lo publicaré.
Y finalmente añadir que mi proyecto más ambicioso, Villa Offline, fue pasado ante el público hace exactamente un mes y dos días. Una experiencia un tanto decepcionante pero con una crítica más que favorable que nos está haciendo trabajar duro en un segundo montaje para enviar a festivales de todo el mundo. Recordad que esta película, espero, será aquella que nos lleve por primera vez como autores al Festival de Sitges.
Y – una vez acabada la introducción – vayamos al grano.
Esto que aparece en la imagen es la fábrica textil Tecla Sala. Y ella es la fuente de inspiración de mi primera largometraje.
Pronto se lo mostré a la madre de mi madre, a mi querida yaya, Isabel. Y cuál fue mi sorpresa cuando reconoció algunas de las criaturas del libro por historias que le explicaban cuando era pequeña. En concreto una – cuyo nombre no revelaré aún, aunque los más avispados caerán en quién es muy rápido – que va muy arraigada a la historia de Barcelona.
Casualmente por aquell entonces, Helena Mas, a quien he mencionado en la primera parte de la entrada, pedía a los alumnos que se trabajara un guión fantástico a través de un personaje. Nunca he sido muy fanático del terror, pero he descubierto que se me da bien trabajarlo cuando lo trato como una simple y tenebrosa, a veces mortal, curiosidad hacia lo desconocido. Por lo que tomé una antigua idea narrativa, a mi abuela como protagonista (o aquella versión de ella que pulula por mi mente) y a la criatura y escribí un tratamiento de personaje y un guión.
Así nació Nasus [working title].
Durante los últimos cuatro meses la historia ha ido evolucionando y pasando por las manos de mi hermano Eze Páez o ambas mis profesoras Helena Mas y Almudena Verdés, los ojos de amigos escritores como Roger Peruga y Elena Samblás, mis amigos Marc Arrey y Rebeca Sánchez, y mis padres y mi yaya Isabel. Sobre todo ella. Porque ella es el alma y el corazón de la historia.
Nasus está situada en el Hospitalet de Llobregat y en la Barcelona de las Navidades de 1943. Todos los personajes principales revolotean alrededor de la fábrica Textil Tecla sala. Y, claro, más allá de basar mi escritura en las historias de mi querida yaya Isabel, necesito información factual sobre la fábrica textil – ¡y sobre todo visual! Es por esa razón que esta mañana he acudido, tras mi sesión de escritura con Roger, al barrio de la Torrassa en L’Hospitalet y, más tarde, a la misma Tecla Sala a por información.
¿Sabéis qué he encontrado? Nada.
¿Pero sabéis qué? Ellos también están buscando. Y -¡bum!
Como cosa del destino, he ido a preguntar por fotografías, vídeos, libros y/o maquetas sobre la fábrica para añadir información histórica a mi relato y me he encontrado que el Ayuntamiento, junto al Museo y la Biblioteca, están buscando testimonios históricos orales y visuales de la fábrica para hacer el mismo trabajo recopilatorio que he estoy haciendo yo. Cuando se han enterado de que mi abuela y sus amigas siguen vivas la emoción nos ha invadido – ¡cuáles son las probabilidades de que esto ocurra!
Si esto no es trabajo de campo para informarme sobre el trasfondo de la historia a escribir, nada lo es. Ya he movido hilos y contactado con aquellos que conozco que trabajaran en la fábrica para podernos poner manos a la obra.
Esto va a ser precioso.
En este momento, Nasus [working title] consta de 9 páginas y un gran grupo de personas a su espalda interesadas porque este proyecto, y de paso la memoria histórica que va de su mano, sigan hacia delante.
Si piso Sitges con un largometraje, que sea con este. Antes os debo una entrada acerca de Villa Offline. En cuanto esté acabado, os hablo.
Aunque, ya sabéis, pueden ocurrir mil cosas para entonces.
El ‘Camino a Sitges’ no está siendo aquel que me esperaba…
Está siendo mejor.
Al final, este año sí he ido al Festival Internacional de Cine Fantástico y de Terror de Sitges, que cumplía 50 años. Mi segunda vez en el Festival, ya que fui por primera vez en 2014 al estreno de Megamuerte (J. Oskura Nájera) en la que aparecían mis queridos amigos y colegas Álex Oliveres y Jordi Armengol. Pero no como esperaba. Ya que he ido como alumno del festival.
Así es amigos. Estoy estudiando de nuevo. Y, por fin, cine. Creí que sería imposible y me ha costado años ahorrar para ello, pero por fin soy alumno oficial, acreditado, de un Máster de cine fantástico y ficción contemporánea que ha creado el Festival junto a la UOC. Como alumno del máster tuve la oportunidad de pasar varios días en el festival y de conocer a gente… fantástica (este pasado domingo pasé la mañana acompañado de otros fans del género mientras Jaume Balagueró – [Rec] (2007), Muse (2017) – nos mostraba el Parque Audiovisual de Catalunya. Una experiencia sublime, un hombre encantador).
Así que pasé por Sitges, y ahora Sitges forma parte de mi vida diaria y lo hará hasta, mínimo, junio de 2019 cuando acabe los estudios.
Sin embargo, eso no significa que aquello que me iba a llevar (o eso creía) al Festival ya no exista. Todo lo contrario.
Hace dos semanas acabé de rodar como actor en el cortometraje de ciencia-ficción y terror International Call de mi querido amigo director Teo Jansen. Interpreté a Tony, un joven nerd durante un apocalipsis a través de una videollamada, tras haber pasado años sin actuar. El dire está contento conmigo. Yo también. En unas semanas veremos resultados… ¡y a festivales!
Y lo más importante… Está a punto de acabar la post-producción del proyecto más ambicioso hasta la fecha.
Villa Offlinees una comedia de terror, media hora de aventuras al más clásico estilo Edgar Wright/Frank Oz. Estoy muy orgulloso de ella, de mi equipo, de mis actores, y los cientos de personas que nos apoyan.
Este proyecto, al cual en breve dedicaré una larga entrada, nos representará en festivales desde enero de 2018. Tengo muchas ganas de que lo veáis.
Este pasado día del libro salió a la venta Celuloide y seda: Iconos del estilo en el cine – un libro de Doc Pastor sobre cine y moda (como bien puede acertarse en el título). El prólogo lo llevó a cabo la actriz Mónica Aragón, yo me encargué del epílogo, titulado ‘Somos lo que vestimos’. Podéis leerlo una vez adquiráis el libro o de estrangis en la Fnac.
El caso es que ‘Somos lo que vestimos’ fue la seguna opción para el epílogo. Mi primera redacción, ‘Una ancestral magia olvidada’, quedó en el cajón-metafórfico-que-es-una-carpeta-en-el-disco-duro-de-mi-ordenador… hasta hoy.
Epílogo: Una ancestral magia olvidada
Hace unas semanas una poderosa melancolía se apoderó de mí y revisioné por enésima vez Cantando bajo la lluvia. Qué maravilla de película.
Como todos recordaréis, ya que todos la habéis visto (y, si no, debéis cerrar este libro al instante y volver a abrirlo una vez os hayáis deleitado de su magia), la película comienza con la secuencia en que la estrella de cine Don Lockwood (Gene Kelly) y su fiel amigo Cosmo (Donald O’Connor) llegan al estreno de su nuevo largometraje, The Royal Rascal. Esta escena se sitúa, como ha de hacerlo, en la alfombra roja del Chinese Theatre de Hollywood Boulevard, literalmente un templo consagrado al séptimo arte.
Después de haber visto tantas veces esa escena, y sin necesidad ya de prestar atención a los diálogos, mis ojos se centraron en la caracterización de los personajes y entornos. Los años veinte, la boca de la Era de Oro de Hollywood, ¡qué clase! ¡Qué glamour, qué gente tan bella! Esa forma de vestir los trajes y colas de seda, y sombreros, y plumas, y calzado, y brillos, y capas… Por aquel entonces las estrellas de cine lucían realmente en honor a su nombre.
Estrellas encarnadas en hombres y mujeres acudiendo a un templo consagrado a una magia ancestral – la magia de la narrativa, de hacer real y en común la ficción en nuestra imaginación.
En esto fue en lo primero que pensé cuando tuve que ponerme manos a la obra con este epílogo: no debía ser nada más que un pequeño ensayo para acabar una obra, que complementara otra de muchas perspectivas acerca de la relación entre el celuloide y la seda. Pero que fuera significativo.
Tras darle un par o cientos de vueltas, nació la pregunta que, probablemente, siempre me había formulado: ¿dónde han ido a parar todo ese glamour y toda esa magia en el cine?
No malinterpretemos. Hoy un estreno sigue siendo motivo para vestir de gala – pero el objetivo de esa vestimenta ha cambiado. Y es que esas personas no se atavían de sus mejores prendas por ir a ver una película, visten sus mejores galas porque los medios van a ir a verles a ellos. Ir al cine ya no es motivo de respeto. Hemos convertido un ritual en una aburrida tradición.
Hace apenas un siglo, explican nuestros mayores, los jóvenes se pasaban horas acicalándose para reunirse un domingo por la tarde cada tantos meses e ir al cine. Y es que no solamente significaba una oportunidad de salir de la rutina diaria, o un motivo social, sino que suponía un recuerdo imborrable y todo debía ser perfecto.
“Recuerdo cuando mi tía me llevó a ver Tarzán de los monos”, “el vestido que me pusieron cuando me llevaron mis padres a ver al ratón Mickey y Blancanieves y los siete enanitos”. Hace menos de cien años no hacía falta ser una gran estrella de Hollywood para brillar a la hora de sentarte ante la pantalla de plata. Porque, a veces olvidamos, el cine era la nueva magia. Una magia de la que ya nos sabemos los trucos y que ya no nos llama la atención, puede ser. Pero es magia al fin y al cabo.
La magia de hacer real aquello que no lo es. ¿Cuándo perdimos el respeto por la magia?
Explicar historias siempre ha sido motivo de respeto. Antes de que aprendiéramos a escribir, ya reuníamos a nuestras gentes y cubríamos las paredes mediante pinturas rupestres que han permanecido con nosotros hasta hoy. Las historias representaban costumbres y definían cómo éramos.
Los inuit del norte de América, mucho antes de la llegada de los conquistadores, vestían ropas de colores y se representaban a sí mismos como animales y dioses de la naturaleza, reuniéndose para contar las historias de quién y por qué eran quienes eran, y con cada miembro de la tribu ataviado en honor a esa tradición. Las historias nos mostraban nuestro sentido en la vida, y educaban en valores y sociedad.
Cuando nació el teatro y más tarde la ópera, continuamos acudiendo a los templos con respeto. Respeto por ver a Julio César caer de nuevo, y las Valkirias cabalgar el Bifröst hasta el campo de batalla. Porque cuando se cuenta una historia, se hace real – y ser espectadores de ella no debería ser menos que el mayor de los privilegios. Las historias se convirtieron en un espejo del que tomar nota y reflexionar, acerca de nosotros, nuestro fuero interno, y lo que nos rodeaba.
Y entonces llegó el cine. Y durante casi cien años acudimos a los niquelodeones y carpas, a los campos y salas a postrarnos ante su magia. Las historias eran todo lo que habían sido hasta ahora durante milenios y mucho, mucho más. Eran una ventana a otro mundo.
Pero demasiado pronto perdimos ese respeto hacia ella.
Hoy en esta religión que es el cine, encontramos un templo en cada esquina, y en ese templo más de quince oraciones a la vez, muchas de ellas sin pretensión y que se llevará el viento. Pero no tiene por qué ser así. Durante diez mil años nos hemos engalanado para traer esas historias, e incluso hoy se dedican millones de recursos materiales y económicos en que los personajes de las películas vistan como los entes más importantes que ha visto nuestra sociedad: los porta-historias y cuentacuentos.
Pero nosotros acudimos al multi-cine del centro comercial con lo primero que encontramos en el armario.
Si este escrito ha servido de algo, que sea para recordar la importancia que tienen las historias y, por consiguiente, el cine. Convertir aquello que por desgracia para muchos se ha vuelto un acto cotidiano y recuperar la pasión de sentarse ante la gran pantalla, como lo hicieron nuestros padres y abuelos antes que nosotros.
Porque si ya le hemos perdido el respeto y no nos adecentamos para ir a ver una película, qué será lo siguiente, ¿sentarnos ante el televisor en ropa interior?
Del 03 al 28 de mayo ‘¡Eh, taxi!’, mi micro-comedia teatral, será representada por un elenco de honor en Madrid en Microteatro por dinero, en el mismo centro de la ciudad capital. No es mi primer texto ahí (he óido algunas risas desde BCN con La última emisora), pero es la primera vez que dirijo y me hace ilusión mil.
Paula Borrás Salmerón y Sam Sánchez vuelven a calzarse las botas de la Taxista y la Pasajera, como ya hicieron en Barcelona con más de 750 espectadores. Se les une el cómico Andreu Casanova (50 sombras de Andreu) que compaginará el espectáculo con sus otros shows en la ciudad de Quevedo. Le debo un montón por haber entrado en esta locura de proyecto.
Vuelve Rebeca Sánchez como cover y se une, con mucho orgullo, al actor y cantante Carles Quero (Esos locos fantasmas, El fantasma de la ópera) como si del destino se tratase. Ambos interpretaron a la pareja Doctor/Rose en The No-Nose Dog Project. Tengo unas ganas locas de verles a ambos de nuevo. Es un honor volver a trabajar con ellos.
Lidia Mayorga, actriz compañera en La última emisora, es la última cover, y de la emisora se une como cameo Ignacio ‘Cheve’ López Echeverría (creador de la misma) como la voz del presentador en la radio – papel que hasta ahora interpretaba yo y al que él le ha sabido dar el toque que necesitaba.
Mi ángel de la guarda, Laura Polo ‘Farfalla’, voz de los Wild Wood, me presta su voz de nuevo también.
Nonna Arruga y su Fotomatón Rojo han vuelto a hacer un trabajo espectacular. Tenéis que ver cómo trabaja. Fijáos cómo quedan sus fotos en el póster:
Gracias Doc, Joana. Gracias (incontables) Marc.
Muchas gracias a los que continúan haciendo grande a esta obra y, sobre todo, a los que ya no pueden acompañarnos en ella. Espero que vaya a verla Pérez-Reverte.