Fabio Numbela, Ferran Alemany y yo compartimos doce años de colegio + instituto.
Ahora, diez años tras acabar el bachiller, y junto a los Alexes (Ruíz y Gofas) forman Teana y les he dirigido un videoclip.
Qué cosas, ¿eh?
Fabio Numbela, Ferran Alemany y yo compartimos doce años de colegio + instituto.
Ahora, diez años tras acabar el bachiller, y junto a los Alexes (Ruíz y Gofas) forman Teana y les he dirigido un videoclip.
Qué cosas, ¿eh?
Llevo escribiendo esta serie de entradas tituladas Camino Sitges desde enero de 2016. Han pasado ya más de cinco años desde que me propuse estrenar en el Festival y no hay manera… No obstante, es todo mucho mejor.
Desde 2014 he pasado por el Sitges – Festival Internacional de Cinema Fantàstic de Catalunya como espectador, estudiante, becario, talent y, durante esta pasada quincuagésima-cuarta edición, staff como miembro del departamento de Comunicación y Prensa. La experiencia de volver a formar parte de la organización del Festival, esta vez a tiempo completo, es difícil de transcribir. Los madrugones, los fuegos, el cansancio y el estrés son parte de una amalgama de sentimientos adversos a lo que realmente alimenta la locomotora durante la quincena que dura el Festival: el compañerismo, el amor, el talento y la pasión.
Este pasado julio, tras un año balanceándome entre la docencia y el mundo del videoclip (¡válgame el cielo!), y mientras miraba de sacar hacia delante los proyectos que la pandemia mundial de la que aún resurgimos había trastocado, decidí lanzarme a la piscina. Mi tiempo como profesor y coordinador en Covent Garden, pese a otorgarme estabilidad emocional y económica, hacía que me sintiera atascado a nivel profesional dentro del audiovisual. Decidí, pues, marchar con lo puesto esperando que todo iría a mejor.
Y, ciertamente, aunque los dos siguientes meses fueron, digamos, difíciles de sobrellevar, Sitges cayó del cielo. Otra vez.
¿Qué tiene este lugar, este Festival y su gente, que en los momentos de más desesperación de mi vida han estado allí? Tres veces durante los últimos cuatro años me ha llamado (¡literalmente!) cuando más lo necesitaba. Es normal, claro está, o yo al menos así lo entiendo, que tal y como me ha devuelto la vida yo mire de dar mi vida por él. De no ser porque como (espero) cualquier artista que se precie estoy con el agua al cuello económicamente, decidiendo qué día como, cuál ceno, y cuál nanai, trabajaría allí de forma gratuita.
La vida en el Festival, las personas que conforman el mismo, desde sus organizadores a sus asistentes profesionales y no-profesionales, cinéfilos, cinéfagos y cin-zaber-bien-qué-hacen-ahí, son fantásticas, pun intended. Y lo feliz que me hace haber compartido toda una edición con ellas, bueno. Tenía razón al principio del texto. Es imposible de transcribir.
He vuelto a Barcelona con nuevas amistades y contactos, proyectos plantados que ojalá germinen, y una reavivada pasión por seguir luchando.
El 90% de las historias que nos explican tenían razón: ojo con que lo que quieres no sea lo mismo que necesitas.
Yo quería estrenar como fuera, y lo sigo queriendo.
Lo que no sabía es que antes, y para ello, necesitara una familia.
Sitges no es el cine, son las personas. Y lo que he aprendido de mi nueva familia en el departamento es mucho, y les debo tanto, tanto. Pero tanto.
No puedo esperar a ver cómo el destino, el Festival y su gente me sorprenden el año que viene. Espero también poder hacerlo yo.
Ama et quid vis fac, age si quid agis. Ad astra per amor.
Nos vemos en la siguiente toma, ya en una nueva secuencia parece.
P.S. Este año envié dos proyectos y no escogieron ninguno. Me da que voy a tener que cambiar mi ángulo.
Hace poco me di cuenta de que el momento en el que decidí que quería hacer cine lo hice de manera subconsciente.
Fue alrededor del año 2000, cuando veíamos en familia una y otra vez la encomiable Bowfinger, el pícaro (1999) de Steve Martin y Frank Oz. En la escena final, Bobby Bowfinger (Steve Martin) consigue estrenar la película de ciencia ficción que ha perseguido filmar durante toda una vida. La satisfacción en el rostro de este personaje cuando ve algo que ha creado junto con un equipo de personas a las que ama, y la felicidad que ha traído a toda una platea de cine que se pone en pie para ovacionar su trabajo, es… Bueno. No hace falta que acabe la frase.
A mis doce años tenía una extraña vida social. En el colegio no lo pasaba muy bien al ser un crío muy arraigado a la fantasía de su niñez, aún ya habiendo comenzado el instituto, que prefería leer cómics o jugar a videojuegos antes que conversar de temas «más adultos». Aunque acababa de entrar en un esplai (scouts cristianos catalanes) y estaba empezando a tener más relaciones fuera del colegio diferenciado del Opus Dei al que iba, mi tiempo libre lo seguía dedicando a ver cine y coleccionar figuras de acción de Star Wars.
Como os podéis imaginar, estos hobbies de la mano de una personalidad algo histriónica no me hacían extremadamente popular. Algunos de mis compañeros de clase se reían de mí, otros me ignoraban. Yo tan sólo quería encajar, encontrarme y aportar. Que cambiara la imagen que tenían de mí.
En navidades de 2005 mis padres me regalaron una cámara web de 480p. Hacía menos de un año que había nacido YouTube, Facebook aún no estaba de moda, y la gente subía sus fotografías en FotoLog. Yo quería hacer fotos de mis figuras de acción como si fueran viñetas de cómic, así que tomé a Obi-Wan Kenobi y a Darth Vader y recreé la batalla en Mustafar de La venganza de los Sith (2005) foto a foto.
Qué sorpresa la mía cuando me di cuenta de que cuando pasas dos fotografías del mismo objeto una detrás de la otra, dichos objetos parecen moverse con vida propia. Salí corriendo de la habitación y le dije a mi hermano mayor que, recuerdo, estaba leyendo Berserk en el sofá:
—¡He inventado una nueva manera de hacer cine! —Estaba extremadamente emocionado. Le expliqué lo ocurrido y me contenstó:
—Pero Sergi, eso ya existe. Se llama stop motion y es como se hizo, por ejemplo, Pesadilla antes de Navidad. No lo has inventado tú.
¡Qué decepción! No obstante seguí experimentando, transformando el stop motion en lo que llamé vid motion: al no tener la manera de grabar audio por encima de animación en Windows Movie Maker, grababa mi voz en vídeo con el personaje estático, le hacía moverse mediante fotos y, cuando necesitaba que volviera a hablar, volvía a insertar un vídeo con mi voz.
Un antes y un después para la historia del cine del universo que era mi habitación.
En el instituto se había puesto de moda ser borde con la gente, y yo era blanco fácil. Cada vez que explicaba algo que me emocionaba o que me parecía interesante, habiéndolo leído en algún sitio o aprendido en documentales, corría a explicárselo a mis compañeros más afines. No obstante, empecé a recibir la misma respuesta de todo el mundo:
—Tss, eh, —me detenían en medio del discurso. Seguidamente agitaban levemente la mano como cortando el aire y decían—: que me da igual.
Ante esta nueva moda, como distracción y mecanismo de defensa, estrené mi primera producción el 18 de junio de 2006, hace hoy 15 años.
Pudiendo haber explotado en mi cara, el Chewbacca borde fue todo un éxito entre mis compañeros de clase. Fui el primer youtuber de mi instituto (que yo sepa) y pronto algunas personas empezaron a subir algunos vídeos: chicos que en su momento se habían reído de mí resultaban ser grandes seguidores de La guerra de las galaxias, el cine ochentero como Regreso al futuro, y los videojuegos (que en aquel entonces aún no estaban tan aceptados). La gente no pedía contenido per se, per lo consumía con ganas si se le ofrecía.
A A Chewbacca le da igual le siguieron seis secuelas y un spin-off, una de ellas mi primer videoclip no-oficial para Like Humans Do de David Byrne. En retrospectiva, me da una envidia terrible ver lo creativo y fructífero que era entonces y lo tremendamente mustio que parezco ahora, en comparación, a nivel creativo.
A los doce años experimenté con stop motion, vid-motion, edición con anime music videos que tienen más de 1 millón de reproducciones a día de hoy, animación de stills y viñetas, e insertos de VFX en stop motion.
A los trece años me adentré en la narrativa más compleja (aún con figuras de acción), descubrí la animación como tal (mediante Microsoft Paint y fotograma a fotograma), e integré animación en live action sólo porque «si en Roger Rabbit lo hacen, por qué yo no».
A los catorce años dirigí acción real por primera vez, un cortometraje con gente del instituto para un concurso que se hacía en el mismo (nos dieron el premio accésit porque no era «justo» que compitiéramos con el resto).
A partir de ahí todo fueron sketches con mis amigos del esplai, fan fiction de Doctor Who y videoclips oficiales de artistas reconocidas mundialmente. Diría que todo puede encontrarse entre esta web, YouTube y Vimeo. Incluso me siento tremendamente afortunado de decir que alguien decidió filmar y compartir mi primer momento Bowfinger del 30 de noviembre de 2013, con el estreno de El mundo imperfecto.
Ese día me di cuenta de que lo había conseguido. Me encontré, encajé y aporté. Fue cuando me di cuenta de que lo que más feliz me hace en el mundo es hacer feliz a los demás a través de la narrativa audiovisual.
Ser feliz y hacer feliz a los demás. Ese era y es el objetivo final.
Me alegra tanto como me apena decir que fui autodidacta. Me habría encantado estudiar cine en una escuela y aprender de profesionales de forma directa. Tristemente, la economía no me lo ha permitido, pero me ha brindado la oportunidad de llegar donde estoy por el camino largo, y ha sido extremadamente emocionante. No lo cambiaría por nada del mundo. La gente que me rodea hoy es increíble: no puedo encontrar palabras que les puedan describir y que hagan que os las creáis.
Qué bonita aquella «tarde marzo tan aburrida».
Para celebrar este decimoquinto aniversario, saco a la luz en redes sociales el teaser del que tan orgulloso estoy: El castillo al final del camino. Espero que os despierte tanta curiosidad y emoción verlo como a mí el proyecto entero.
Gracias a todas por acompañarme durante este camino. No sabéis cuánto os quiero y os aprecio, de dos corazones.
Un saludo, y por quince años más.
Imagen destacada por Rocío Sabián.
*ehem*
Perdón. Decía que el pasado diciembre dirigí mi sexto videoclip, el tercero para Anne Lukin y el final de lo que me gustaría llamar ‘The Coming of Age Trilogy’ en la que Anne se libera y descubre a sí misma.
El resultado que véis no es moco de pavo, además de algo realmente especial: no es solamente el espíritu de Anne junto al del equipo de One Vision Pictures e Isa (Sweet Bird), sino que una amalgama de ideas y visiones creadas y dadas a luz por alumnas de Comunicación audiovisual de la Universitat Internacional de Catalunya (UIC), donde pude impartir un trimestre de clases prácticas junto a mis amigas y compañeras Albert G. Casademunt, Júlia López i Melià i Elizabeth Cruz.
Hacía mucho tiempo que quería trabajar de nuevo ficción (algo que he podido hacer en los proyectos que se estrenan durante los próximos meses), y en ‘En el chino de la esquina’ tuve la oportunidad que sólo un videoclip te brinda: trabajar una comedia musical. Anne tiene una gran vis cómica (interpreta dos papeles con gran facilidad y fluidez de cambio con apenas carrera en el sector interpretativo) y proponerle ideas que hagan reír y/o hagan que se ría de sí misma es un deleite máximo: las abraza, las acepta y las mejora.
Utilizando los recursos de la universidad, viajamos a los ochenta. Es cierto que es una década que la nostalgia ha manoseado tanto durante los últimos diez años en cine y televisión que ya no podemos reconocer si lo que recordamos de ella es real o no, pero lo que sí que es cierto es que, si en Estados Unidos fueron los ’60 la era del reinado del libre albedrío, en España no llegaría esa libertad hasta la caída del franquismo. Los ’80 en nuestro país fue una década de experimentación audiovisual y cultural, algo que daba rienda suelta a que nuestra imaginación justificara el presupuesto para llevar a cabo el videoclip.
Dejando todo el trabajo visual a los equipos de alumnas y alumnos de la carrera, que hicieron un trabajo espectacular en arte y vestuario guiados por Júlia y Adrián Suescun, estilista de la artista, dirección nos centramos en crear una pieza narrativa que cumpliera diversos objetivos. Bajo la tesis «arriba el amor propio» intentamos que «Chino» fuera a) poco común (hacía tiempo que no veíamos un emvee que mezclara narrativa y videoclip (y diálogo sobre melodía) en el starlight nacional); b) divertido, de pé a pá, narración incluida; c) significativo, y esta es la parte más importante.
Como divulgador y docente, además de cineasta, me es extremadamente importante que toda pieza audiovisual lleve un mensaje que sea realmente importante para aquellas personas que lo ven. En el caso de «Chino» tratamos diferentes temas que quedan presentes en más de una capa: una crítica a los medios, una defensa de los espectros relativo-afectivos, la reivindicación de la cultura televisiva nacional, y una carta de amor al amor que más importa, el que has de tener por ti misma.
Para dar vida a nuestros ’80s particulares, trajimos a la perfecta Ruth Lorenzo como Vicky Glam, presentadora del programa de variedades Glam Hour. Ruth, con quien ya había trabajado en ‘Miedo’, es un amor y un torbellino, no puedes parar de reír con ella, sobre todo cuando no sale de personaje entre tomas. Vicky era imposible de dirigir, suerte que estaba Ruth al mando de vez en cuando. Referenciar ‘La bola de cristal’, a Chicho Ibáñez-Serrador, a Mecano y ‘Aterriza como puedas’ no estaban de más, pero realmente Ruth ya fue suficiente para dar vida a toda una era.
Me hizo especial ilusión poder contar de nuevo con mis amigos y cómicos César Zamanillo (‘Villa Offline’, ‘La última emisora’) y Teo Jansen (¿qué no he hecho con Teo?) para dar vida al regidor y al técnico de Glam Hour. Dato curioso, el punchline post-créditos de César y Teo está dirigido por Anne. Y muy bien a nivel de timing y delivery, la verdad.
Estoy extremadamente orgulloso del trabajo que hicieron todas las personas que trabajaron en este videoclip (incluso, y/o sobre todo de las que no he mencionado aquí) y del resultado, que me gusta ver de vez en cuando. Creo que tiene mucho de lo que querría hacer con más presupuesto, que Anne brilla y que, por lo que aparente, gustó.